Hola a todos, estoy de vuelta. Pelín triste, porque mañana hay que volver al trabajo, pero mirándolo con perspectiva, tengo mucha suerte porque a) tengo trabajo, y en mi país hay gente que no; b) vivo en una de las zonas más prósperas del planeta; c) tengo agua corriente y conexión a internet, entre otros muchos lujos. Así que, si bien es lógico estar molesta porque mis vacaciones se hayan acabado, (edit: acabaron hace casi dos meses, he tardado en terminar esto ;-) ) ¡qué demonios! Visto en perspectiva, no tengo motivos para quejarme.
Decía que como más de uno había preguntado por mi opinión sobre el Proyecto Venus, ahora me iba a centrar en los movimientos utópicos.
Para empezar vayámonos al diccionario de la RAE, a ver qué nos cuentan:
Utopía:
utopía o utopia.
(Del gr. οὐ, no, y τόπος, lugar: lugar que no existe).
- f. Plan, proyecto, doctrina o sistema optimista que aparece como irrealizable en el momento de su formulación.
Vaya, no son muy optimistas estos Académicos. Claro que la etimología no ayuda mucho.
En la wikipedia, a ver qué nos cuentan.
Utopia is a name for an ideal community or society, taken from the title of a book written in 1516 by Sir Thomas More describing a fictional island in the Atlantic Ocean, possessing a seemingly perfect socio–politico–legal system. The term has been used to describe both intentional communities that attempted to create an ideal society, and fictional societies portrayed in literature. «Utopia» is sometimes used pejoratively, in reference to an unrealistic ideal that is impossible to achieve. It has spawned other concepts, most prominently dystopia.
The word comes from Greek: οὐ, «not», and τόπος, «place», indicating that More was utilizing the concept as allegory and did not consider such an ideal place to be realistically possible. The homophone Eutopia, derived from the Greek εὖ, «good» or «well», and τόπος, «place», signifies a double meaning that was almost certainly intended. Despite this, most modern usage of the term «Utopia» assumes the latter meaning, that of a place of perfection rather than nonexistence.
Traducción: Utopía es un nombre que se da a una comunidad o sociedad ideal. Viene del título de un libro escrito en 1.516 por Sir Tomás Moro, que describe una isla ficticia en el océano Atlántico, que poseía un sistema socio-político-legal aparentemente perfecto. El término ha sido utilizado para describir tanto a comunidades creadas intencionalmente que intentaron crear una sociedad ideal, como a sociedades ficticias representadas en literatura. “Utopía” es a veces utilizado como un término peyorativo, en referencia a un ideal nada realista que es imposible de conseguir. El término a engendrado otros conceptos, el más prominente el de distopia (Nota de Natsu: es su antónimo, lo de 1984, por ejemplo, es una sociedad distópica).
La palabra viene del griego antiguo: “ou” “no” y “tópos”, “lugar”, lo que indica que Moro estaba utilizando el concepto como alegoría y no consideraba que un lugar tan ideal fuera posible en la realidad. El homófono eutopia (Nota de Natsu: homófono en inglés, en que Utopia y Eutopia suenan igual), derivado del griego “eu”, “bueno” o “bien”, y “tópos”, “lugar”, tiene un doble significado que es casi seguro que fuera intencional. Pese a esto, la mayor parte del uso del término “Utopía” asume el segundo significado, el de un lugar de perfección más que no existente”.
Si bien el origen del término está en la Utopía de Tomás Moro, y en su libro homónimo, el concepto es muy anterior. Así a bote pronto, el primero que recuerdo es la descripción de la Atlántida de Platón, que también presentó la sociedad que él creía utópica, y que a mí me pareció bastante avanzada porque ponía a las mujeres en igual situación que los hombres. Hablamos de varios siglos antes de Cristo. Pero planteémonos seriamente los conceptos:
1º. Lugar/sociedad ideal.
2º. Lugar/sociedad imposible.
3º. Lugar/sociedad TAN ideal que es imposible de alcanzar.
Para Platón, por ejemplo, la sociedad ideal era alcanzable. Para Tomás Moro, el que creó el término, la sociedad ideal era una alegoría y era por tanto imposible de alcanzar (no en vano la llamó “el no-lugar”). Pero entonces, ¿se puede llegar a una sociedad “ideal”? ¿Se puede llegar a alcanzar la sociedad “perfecta”? ¿Y qué ha pasado con quienes han intentado crear tales sociedades?
Bueno, lo primero que hay que hacer es empezar por las definiciones. Una sociedad “ideal”, “perfecta” o “en la que impere el bien” tendrá que partir de una base… por ejemplo, de qué es el concepto del bien y qué es lo “ideal”. Y aquí empiezan los problemas con las utopías, y el principal motivo de que en la mayor parte de los casos sean imposibles. Pongamos que yo opino que lo más importante, el culmen del bien, es el desarrollo máximo del potencial del ser humano, y la vida humana lo más importante. En mi sociedad utópica, entonces, nadie fumaría, y por lo tanto no habría tabaco disponible. Pero pongamos que otra persona opina que lo más importante es el desarrollo de la voluntad humana, de su libertad y su libre albedrío (siempre que no choque con la de otro), y esta persona por lo tanto, opina que un ser humano está en su perfecto derecho de fumar como un carretero y pincharse heroína. Pues ahí ya tenemos un problema de concepto. El primer problema que plantea el intento de creación de una sociedad utópica, es que para que funcione, todo el mundo tiene que estar de acuerdo en qué es el bien, qué es el mal, qué es tolerable y qué no.
Primera necesidad: crear un marco ético común, unos valores éticos universales en los que la humanidad pueda ponerse de acuerdo. No se pueden crear utopías ni unir a la raza humana sin tener claro y definido qué es lo correcto, lo ético, el bien y el mal. Y semejante marco ético debe estar basado en la razón y en la lógica, y potenciar por supuesto el valor de la vida humana y del desarrollo vital de cada persona. E incluso un marco ético así, tendría que tener la posibilidad de cambiar con los años, según van surgiendo nuevas necesidades. Por ejemplo, antes de que existieran anticonceptivos, el sexo se controlaba. ¿Por qué? Bueno, porque las enfermedades venéreas podían causar la muerte, las mujeres morían de sobreparto, y el sexo siempre llevaba a embarazos, que de no producirse en el seno de una familia, podían dar lugar a desgracias y sufrimiento. No se prohibía el sexo por gusto de fastidiar, se prohibía por una serie de motivos perfectamente razonables. ¿Surgen anticonceptivos perfectamente fiables? La prohibición desaparece porque deja de tener sentido. A esto me refiero cuando hablo de que un sistema ético tiene que basarse en la razón. Hay leyes que tienen sentido en algunas zonas (como no comer cerdo en el desierto, donde la posibilidad de morir de triquinosis es altísima), pero no en otras. Otras, tenían sentido en el pasado, como el control sobre el sexo, y ahora están obsoletas.
Por esto, si alguna vez tenemos que discutir una norma social o una ley, en lugar de ponernos en plan cerril y decir “esto hay que cumplirlo porque siempre ha sido así” o “a mí nadie me impone nada porque esto es coartar mi libertad”, lo primero que hay preguntarse es, ¿por qué existe esta norma? ¿Por qué existe esta ley? ¿Cuál es su objetivo? ¿Qué pretende conseguir, qué pretende proteger? De nuevo volvamos a la prohibición y control del sexo que se encuentra en tantas religiones. ¿Tenía un sentido? Sí, no se impuso por fastidiar, sino poque protegía a las personas. ¿Tiene sentido hoy en día? No, aunque algunos creyentes fanáticos que nunca se han parado a pensar en el origen de la norma se nieguen a admitirlo. Sin embargo, también hoy en día, si una persona que padece SIDA se dedica a mantener relaciones sexuales sin preservativo, se la puede juzgar por atentado contra la salud pública, porque lo que está haciendo causa daño a la sociedad. Esto es fácil de entender, pero ¿qué pasa si la norma que se pone en duda ya nos es más cercana? ¿Si es una norma que todos nosotros, que nos creemos totalmente abiertos de mente y modernos, consideramos que es totalmente tabú? Pongamos otro ejemplo.
La norma: no puedes tener hijos con tus hermanos o familiares directos, y deberías evitar tenerlos con tus primos. Preguntémonos, ¿por qué existe esta norma? ¿Cuál es el motivo por el que surgió, y además en casi todas las culturas del mundo, con escasísimas excepciones? Respuesta: porque la endogamia provoca defectos genéticos, y por lo tanto, los hijos de una pareja así pueden nacer con enfermedades o deformidades. ¿Sigue siendo razonable hoy en día esta norma? Sí, puesto que al contrario que con el sexo libre, el peligro que la norma pretendía evitar sigue existiendo. Planteémonos ahora los pocos casos en que dos hermanos, separados al nacer, que no sabían que lo son, se han conocido, se han enamorado y se han casado (o ido a vivir juntos si la ley no les permite casarse). ¿Qué se puede hacer? Porque hay países donde esta situación es ilegal. Pues lo ideal desde el punto de vista de la salud pública, es que o adopten hijos, o los tengan mediante inseminación artificial para minimizar la posibilidad de pasar graves enfermedades a la base genética de la humanidad. ¿Es necesario castigarles o encarcelarles porque han tenido la mala suerte de enamorarse siendo adultos, si la relación es voluntaria? Realmente, no lo es: la norma que prohíbe el incesto está para proteger la base genética de la humanidad, no para separar a parejas con mala suerte. ¿Os resulta chocante que diga que dos hermanos pueden ser pareja siempre que sean extremadamente cuidadosos a la hora de tener hijos? Pues tenemos que empezar a darnos cuenta de lo difícil que es, a veces, ser abierto de mente. De los prejuicios que hay que desafiar, y de lo difícil que esto puede llegar a ser a veces.
Para crear un marco ético común a toda la humanidad, de nuevo, tenemos que ponernos de acuerdo, en base a la razón, las necesidades del ser humano (lo que incluye las del planeta) y el pragmatismo. Y para ello, hay que desterrar preconcepciones, orgullos religiosos y patrios, y conceptos de moralidad que no pasen el filtro del pragmatismo. Y ello requiere, principalmente, de mentes abiertas, y de evitar el fanatismo. No podemos crear una sociedad utópica, un mundo unido, si uno se empeña en que es una ofensa capital que el vecino se beba una cerveza, o que la mujer del vecino lleve el pelo suelto, o que la hija del vecino use anticonceptivos. Para empezar a dirigirnos a una sociedad utópica mundial, tenemos que ponernos de acuerdo. Y para ponernos de acuerdo, tenemos que dejar nuestros sentimientos en la puerta, preguntarnos el por qué de las cosas, y buscar una solución lógica y pragmática.
Al respecto de esto viene al caso una magnífica película que acabo de ver en el cine y que me ha encantado, en buena parte porque el mensaje que contiene es el mismo que llevo yo intentando transmitir desde que hice mi primer artículo sobre Zeitgeist contrastado: lo peligroso no es la creencia, lo peligroso es el fanatismo. La película de la que hablo es Ágora, de Alejandro Amenábar. Es un director del que he visto casi todas sus películas (Tesis, Abre los ojos, Los otros y ahora, Ágora), y que siempre me ha gustado mucho. Pero éste es, en mi opinión, su mejor largometraje hasta la fecha.
Ágora está basada en hechos reales, y narra parte de la vida de la filósofa, matemática y astrónoma Hipatia de Alejandría, en tiempos de cambio en los que el Imperio Romano estaba en decadencia (se dividió en dos en vida de la filósofa), y distintas concepciones del mundo se enfrentaban, al tiempo que, debilitado el poder central Imperial, gentes sin escrúpulos trataban de hacerse con parcelas de poder en las provincias. Hipatia es un personaje histórico que siempre me había llamado la atención. Un personaje también injustamente olvidado, así que me alegré mucho de saber que un director bastante bueno iba a hacer una película sobre ella.
Parte del interés que tiene la película es que la mayor parte de los personajes cree firmemente estar haciendo lo correcto. Los cristianos, por ejemplo, están luchando por su ideal de utopía. Los filósofos paganos, por el suyo. De todos los bandos se ven actos nobles y actos despreciables. Y los actos despreciables van impulsados por el fanatismo. De hecho, en muchos casos se ve a gente inculta que muestra las mejores intenciones, pero controlada por personas con sed de poder que utilizan un ideal en principio noble para conseguir sus objetivos. Si os dais cuenta, de este peligro llevo avisando en muchas entradas: cuántas veces me he quejado de que algunos creían las afirmaciones de Zeitgeist sin pensar, pese a que tras dichas afirmaciones, además de ser falsas la inmensa mayoría de ellas, había negadores del holocausto o políticos de ultraderecha. En esta película, se ve cómo se manipula a personas que de base, no te presentan como malvadas, sino sencillamente fanatizadas. Y te muestran como, a su manera, todos luchan por su mundo utópico.
La película me ha parecido maravillosa, y por supuesto la recomiendo a todo el mundo. Se están diciendo varias mentiras sobre ella, y querría aclararlas para quienes no la hayan visto:
1º. Hay quien dice que la película es un alegato contra las religiones, y más en concreto contra el cristianismo. Esto no es cierto, en absoluto. El director dijo que la película no es contra la religión sino contra el fanatismo, y es exactamente eso. No se critica la creencia, sino el fanatismo, y la incapacidad para dudar, para plantearse que una creencia pueda tener fallos o errores, el arrojarse en manos de la fe y desconectar el cerebro en todo lo que concierna a ella. Recomiendo a todo el mundo que la vea, ya sea cristiano, ateo o agnóstico. Amenábar les reparte a todos (cristianos, paganos, judíos), reconoce parte buena y parte mala de todos, y hasta se intuye una crítica al radicalismo científico.
Pero dejaré la película aquí (seguiré hablando sobre ella al final de la entrada*), y nosotros mientras tanto, volvamos al mensaje… contra el fanatismo.
El fanatismo es, con diferencia, lo que hace más peligroso a un ser humano. Ha sido siempre el fanatismo, la creencia ciega en un ideal, lo que ha provocado las más grandes masacres de la Historia. No la creencia, mucho ojo, sino la creencia ciega, la creencia fanática. Y esto ha ocurrido con ideales religiosos y espirituales, tanto como con ideales ateos. El culto al líder de los comunistas en la URSS o en Corea del Norte son ejemplos de cultos fanáticos ateos. De nuevo vuelvo a incidir en que lo grave no es el ideal que se persiga o en que se crea, sino el fanatismo con que se sigue la creencia.
¿Podemos eliminar de la faz de la tierra las creencias? No, las creencias son sentimientos, y mientras haya personas, habrá creencias. ¿Podemos eliminar el fanatismo y las creencias ciegas? Sí, rotundamente. Y si eliminamos el fanatismo asociado a cualquier ideal, creedme que habremos extirpado de raíz la mayor parte de los problemas de la humanidad.
Lo contrario del fanatismo es el sentido crítico, y la base del sentido crítico es la capacidad de abstracción.
Me explico: algunas personas, ya sean fanáticos religiosos o de pseudodocumentales de dudosa veracidad como Zeitgeist, sienten tanto que una idea es verdadera, que ellos mismos se asocian a esa idea. De tal forma que si alguien cuestiona, critica, o sencillamente señala puntos erróneos en sus creencias, estas personas lo toman como un ataque personal. El primer paso hacia el fanatismo es sentirte ofendido cuando se critica con palabras, incapaces de hacer daño real, aquéllo en lo que crees. Hay gente que siente un ataque a sus creencias (o a sus colores, o a su partido político, o a su equipo de fútbol) como un ataque hacia su persona. El sentimiento de odio o de furia que este ataque les produce, les impide ver la realidad como es, y es el primer paso hacia el fanatismo exacerbado, hacia el “todo lo que contradiga en lo que creo me ofende, todo lo que me ofende debe desaparecer”. Aquí es donde entra la capacidad de abstracción.
Según la RAE:
abstraer.
(Del lat. abstrahĕre).
1. tr. Separar por medio de una operación intelectual las cualidades de un objeto para considerarlas aisladamente o para considerar el mismo objeto en su pura esencia o noción.
La capacidad de abstracción es la capacidad que tiene todo ser humano, innata o entrenada (pero por lo general todos necesitamos entrenarla) de abstraerse (elevarse, separarse de, escapar de) sus necesidades, sus sentimientos, sus gustos, sus filias y sus fobias, y ver la realidad de forma objetiva, como es, no como cree que es. En general, muy poca gente tiene esta capacidad de base, casi todos (por no decir que todos) tenemos que aprenderla, en mayor o menor medida. Por esto, muchísima gente comete errores como los siguientes:
1º. Asociar gustos y antipatías a la realidad. Me gusta, luego es bueno. No me gusta, luego es malo.
MEEEC. Error. Algo puede gustarte y ser malo, dañino o peligroso. Te pueden gustar los donuts más que el brócoli, pero el brócoli es sano y los donuts no. Te puede gustar la cocaína, y desde luego que no es buena para ti. Te puede gustar El código da Vinci, pero eso no significa que sea buena literatura. Te puedes divertir más con los libros de Harry Potter que con El Señor de los Anillos, pero es indiscutible que El Señor de los Anillos tiene mejor calidad literaria que las novelas de Harry Potter. Entonces entraremos en ¿cómo podemos saber qué es lo bueno y qué es lo malo, qué es verdad y qué es mentira? Bueno, para eso tenemos unas técnicas de estudio, un método científico, un falsacionismo, y por ejemplo, una química que nos puede demostrar que el brócoli es incuestionablemente más sano que dos litros de absenta con coca-cola.
En suma: el primer error de sentido crítico, es la falta de capacidad de abstracción. Y el primer fallo de capacidad de abstracción que muestra toda persona, es la creencia de que “me gusta = bueno”, “no me gusta = malo”. Esto es peligrosísimo, especialmente cuando la gente lo aplica a la política. ¿Cuántos malos políticos han durado años en sus puestos por tener carisma y caer bien a la gente, y cuántos más competentes son denostados porque no son graciosos, o divertidos, o no caen simpáticos… o no se atienen a mi ideología? No distinguir entre lo que te gusta y lo que es bueno no es tan grave cuando escoges El código da Vinci frente a El nombre de la rosa. Pero es atrozmente grave cuando se aplica a la hora de escoger la papeleta que pones en la urna.
Mucho ojo: no estoy diciendo que sea malo que te gusten cosas malas. Zámpate un bote de leche condensada entero y no una ensalada si ése es tu deseo, y así que lo disfrutes, pero por favor, no pienses que porque te gusta es bueno, cuando lleva 333 calorías por 100 gramos y es pura grasa con azúcar. No pasa nada si te gusta algo de mala calidad. Si te ríes con las películas de Jim Carrey, ríete a gusto, pero reconoce que son malas. Si te parece que Guerra y Paz es menos divertida que Aquí llega Condemor, en tu derecho estás. Pero reconoce que Guerra y Paz es una obra maestra, y la otra es un producto costroso de cine palomitero. Lo peligroso no es que te guste algo malo, lo peligroso es que porque te gusta, te niegues a reconocer que es malo. Lo peligroso no es que te disguste algo bueno, lo peligroso es que te niegues a reconocer que algo es bueno porque te disgusta.
2º. Asociar el estado de ánimo a la realidad. Me siento bien, luego todo es bueno. Me siento mal, luego todo es malo. Ésta es una versión de lo anterior, pero es tan común en las relaciones interpersonales, que creo necesario hacerle una sección aparte. Hay muchísima gente que piensa de esta manera:
2-A. Cuando tienen pareja: El mundo es maravilloso y color de rosa, los pájaros trinan en un cielo siempre azul, no hay lluvia ni fango ni dolor ni sufrimiento ni muerte ni falta el dinero.
2-B. Cuando han cortado con la pareja o se sienten solos tras cierto tiempo: el mundo es un valle de lágrimas, negro abismo, marrón mierda y rojo sangre, los buitres te acechan desde un tormentoso cielo que enfanga el suelo que pisas, la vida es dolor, luchas por llegar a fin de mes y luego te mueres.
Esta forma de pensar es peligrosísima también. El mundo, damas y caballeros, tiene cosas buenas y cosas malas… tengas pareja o no, caramba. Con tu novia o sin tu novio, el sol sale y se pone, los pájaros trinan, los buitres acechan, el sueldo llega (más o menos), las facturas hay que pagarlas, la gente nace y muere. Independientemente de que estés deprimido o estés en un estado de felicidad exaltado. Entiendo que los estados serios de depresión o euforia son más fuertes que los simples momentos en que algo “me gusta” o “no me gusta”, pero eso no cambia el hecho de que tu estado de ánimo no describe el mundo. El mundo es como es, y tú estás deprimido. El mundo es como es, y tú estás eufórica. Y el mundo sigue girando, y es como es, no como tú sientes que es.
Cuando entramos en un tema más profundo, como es el de los sentimientos, el peligro de la falta de sentido crítico es más grave todavía. Porque, ¿cuánta gente tras una ruptura, acaba fanatizada? Muchos, tras romper con sus parejas, acaban diciendo que “los hombres son todos unos cabrones” y «las mujeres son todas putas”. Bueno, pues de nuevo, esto no es cierto. Hay buenas y malas personas en ambos sexos, y que tú hayas tenido problemas con tu pareja, no significa que tengas que pagarlos con el resto de la humanidad. Del mismo modo que si alguna vez te atracó un gitano/negro/musulmán/inmigrante/rubio/policía/mujer/niño, no es para meter a todos los miembros de ese colectivo en el mismo saco. Sabemos que el atraco te asustó y te afectó, y si sufriste un ataque físico, con más razón estarás asustado y furioso. Pero tienes que abstraerte, elevarte, subir por encima de tu situación, para ver el mundo en perspectiva… aunque te cueste. Porque si no, no actuarás en consonancia con la realidad.
3º. Creer que el mundo gira alrededor de tus pelotas, y ser incapaz de ver el punto de vista del otro.
Pelotas ovariales o testiculares, hay quienes actúan como si las suyas fueran el centro del universo. Es bien cierto que desde el punto de vista de nuestra conciencia, en tanto que estamos vivos, lo principal somos nosotros. Pero vivimos en el mundo, y para sobrevivir y medrar en él tenemos que conocerlo tal y como es. Y también vivimos con otras personas, y tenemos, de vez en cuando, que ponernos en su lugar, que comprenderlas y entenderlas. La capacidad de empatizar, de sentir el sufrimiento o la dicha ajena, y también la capacidad de ponerse en el lugar del otro, de ver las cosas desde otro punto de vista, es una capacidad que nos aleja a todos del fanatismo. En concreto, el fanatismo al respecto de las creencias sufriría lo suyo si todos, ateos, agnósticos y creyentes, fuéramos capaces de ponernos en el lugar del otro. Vamos a hacer otro ejercicio de perspectiva, y vamos a intentar pensar como si fuéramos otra persona, y además en algo importante como es la visión del universo.
Por ejemplo, yo soy agnóstica. No me parece evidente que haya ningún creador del universo tal y como lo conocemos, ni me parece tampoco evidente que no lo haya. Los ateos están seguros que no hay ningún creador ni ser sobrenatural, y los creyentes creen en uno o varios de estos seres sobrenaturales, porque sienten que es lo correcto (cada uno tiene esta visión del universo a su manera). Pues yo, de vez en cuando, intento ponerme en los pies del ateo “¿Y si yo estuviera totalmente segura de que no hay nada más que el aquí y el ahora?”, y ver el mundo desde ese punto de vista. A veces, me intento poner en los pies de un creyente, “¿y si mi alma fuera inmortal y de verdad hubiera posibilidad de seguir consciente tras la muerte?” Es un simple ejercicio de cambio de perspectiva. Hacer esto me ayuda a entender las posturas de otras personas… y también me hace ver las cosas de otra manera. Si me pongo en los pies del ateo, consigo impulso, porque cada minuto cuenta, cada hora, cada segundo, cada momento… cada crueldad o injusticia que se sufre en cada lugar del mundo, cada vida perdida, cada enfermedad no curada, cada libro quemado es una pérdida irreparable. Hay un impulso y una fuerza en el ateísmo, y una enorme belleza en ver y valorar la existencia y la voluntad humana per se, tal y como la vamos a ver en este mundo. Por el contrario, si me pongo en los pies del creyente, la vida es más tranquila, el universo más amable, pueden existir segundas oportunidades. El peso del dolor y del miedo se hacen más llevaderos, y la vida se ve con otra perspectiva… los objetivos a corto plazo son menos importantes, la furia y la angustia por objetivos no cumplidos, por deseos no conseguidos, se calma notablemente… el reloj que marca el tiempo deja de ser una cuchilla. Ni qué decir tiene que como en el mundo en que vivimos tratamos con el universo sensible y las leyes de la física, lo de ponernos todos en el punto de vista ateo empieza a ser una necesidad, antes de que haya tensiones sociales al respecto (bueno, ya las hay en buena parte del mundo). Al menos, tenemos que entender que las leyes humanas, de momento y hasta aparición de nuevos universos y estados de la existencia (vaya usted a saber lo que es posible en las 11 dimensiones que postula la Teoría de cuerdas ;-) ), se rigen desde el punto de vista del aquí y del ahora.
Me pregunto cuán mejor sería el mundo si todos hiciéramos el esfuerzo de intentar comprender las cosas desde el punto de vista del otro más a menudo. Si un ateo se planteara, ¿y si yo no estuviera seguro? Aunque yo no crea, ¿habrá alguna enseñanza válida en algún libro sagrado? Si un creyente se planteara, ¿si yo no creyera, esto que hago seguiría siendo lo correcto? ¿Y si me hubieran educado como budista y no como cristiano, qué cambiaría en mi vida? ¿Hay algo que pueda aprender del ateo, del zoroastrista, del agnóstico? ¿Puedo aprender algo de esta otra persona si me meto en su pellejo? Y claro está, no sólo en el caso de la fe o carencia de ella, sino también en todos los demás aspectos de la vida. Cuando en mi equipo de fútbol un jugador finge una falta y el árbitro pita penalti contra el equipo contrario, ¿qué pensaría yo si fuera hincha del equipo contrario? Mi jefe me ha amonestado por llegar tarde por cuarta vez, ¿de estar yo en su lugar, habría hecho lo mismo? O, por supuesto, lo más importante: cuando se descubre un escándalo de corrupción en mi partido político, ¿qué pensaría yo sinceramente si se hubiera descubierto del otro partido político al que odio? ¿Les perdono más las corruptelas a “los míos” que a los otros? Cuando en mi partido político alguien roba dinero que después de todo es mío y de mis compatriotas, ¿me sienta igual de mal que cuando roba el partido contrario?
Ponernos en el lugar de los demás nos permite juzgar con objetividad qué es lo correcto y qué no. Y nos ayuda, de nuevo, a abstraernos de nuestra pequeña, reducida realidad personal, y a ver el mundo desde otro punto de vista.
En suma: durante toda la Historia, los humanos llevamos soñando con una sociedad ideal, escribiendo sobre ella, elucubrando sobre ella, buscándola o tratando de construirla por la fuerza de las armas. Sin darnos cuenta de que ninguna sociedad utópica, por muy ideal que fuera de base, resistirá los conflictos internos o externos, si sus habitantes no se ponen de acuerdo. Puede en una gran democracia el mejor legislador decidir, con gran criterio, que la heroína mata y que no se vende en su país. A nada que algunos de sus habitantes decidan ejercer su derecho a envenenarse, ya estarán financiando a los narcotraficantes y jorobando la idea. Una sociedad utópica no puede empezar por un “la mía va a ser la mejor que sí de verdad que sí”, sino por ponernos de acuerdo en qué es lo correcto, llegar a conclusiones razonables… y en aprender todos a convivir unos con otros. Nunca habrá una sociedad ideal. Pero una sociedad en la que todos pudiéramos mirar por encima de nuestros intereses, tener claro lo correcto y lo incorrecto, y actuar en consecuencia, siempre será lo que más se acerque a la Utopía.
¿Y sabéis qué es lo más divertido de todo? Que en esto último, hasta coincido con el mensaje de Zeitgeist. Para que veáis… Como dice Rachel Weisz en Ágora, “es más los que nos une que lo que nos separa”. Y si no es así, debería.

* De nuevo sobre Ágora:
2º. Hay quien dice que la película es un tostón, lenta y aburrida. Estoy totalmente en desacuerdo. La película tiene diálogos sobre filosofía y astronomía, pero a nada que sepas un poco sobre el modelo Ptolemaico, el modelo heliocéntrico y las leyes de Kepler (y las definiciones de elipse y círculo), las discusiones son interesantísimas y es fácil seguirlas, además de interesante.
Hay veces en las que una película intenta dar un “mensaje”, y el mensaje acaba destrozando la película, porque el director y los guionistas tratan al espectador como si fuera imbécil. O porque el mensaje resulta cursi. O porque se nota demasiado que el director ha escogido un bando y le resultan más amables unos personajes que otros. Un ejemplo sería Shrek 3, en que el “mensaje” te lo dan a martillazos en la cara, estropeando del todo la diversión que había en las dos primeras partes. Esta película no es así. Te narra los hechos desde todos los puntos de vista, se pone en la piel de todos los bandos, y en todos los bandos vemos bondad y maldad, luces y sombras. Eso sí, Amenábar critica principalmente, no a quien cree, sino a quien no se plantea cuestionar o interpretar sus creencias ni duda de ellas.
En el aspecto técnico, la película es magnífica. La ambientación es fabulosa, los decorados y el vestuario conseguidísimos. Si nos ponemos tiquismiquis, los legionarios romanos llevan parte de la indumentaria de la época de Augusto, en lugar de las primitivas cotas de mallas o armaduras de escamas que había en la época, en que Alejandría estaba más influida por Bizancio (actual Constantinopla) que por Roma. Pero eso es, ya puestos a ponernos tiquismiquis. Hipatia llegó a vivir 45 ó 60 años, y sin embargo Rachel Weisz no pasa de los 30 en la película, en fin, es cine y ya sabemos que las mujeres hermosas venden más ;-) Y el director se toma unas cuantas licencias históricas, (sobre todo al final), pero en general la película está magníficamente documentada, y los cambios que se han realizado se notan. Lo que no es rigurosamente histórico, ha sido cambiado aposta, no por error. Se ve que el director se ha documentado a conciencia.
En suma, vuelvo a recomendarla porque es una película que merece la pena ver en el cine, en pantalla grande. Es muy entretenida, bien rodada, bien actuada, y son dos horas que se pasan volando.